1º edición
Érase una vez, en el reino de Buquinham, un
todo poderoso rey. El rey estaba preocupado, podría perder a su amada reina. El
porqué de esto era que la reina estaba dando a luz, y había muchas
posibilidades de morir en el parto.
¡El niño ya salía!; sacaron al bebé, pero en
pocos segundos, a la mujer, ya no se le notaba el pulso. Entonces el doctor
pudo afirmar la muerte de la reina.
El rey, desesperado, organizó el mejor
funeral de la historia del reino, y preparo el banquete más grande del mundo.
La tumba estaba hecha de diamante con oro incrustado con forma de cruz.
El niño fue creciendo, aprendiendo y
haciéndose más y más fuerte cada día. Pero el rey se iba debilitando: casi no
comía, siempre hablaba con una voz muy triste y cada vez que se acostaba se
echaba una pataleta de 30 minutos.
Mientras en el castillo del lobo, todo eso
eran buenas noticias. Hasta que llegó un día que, el Varón Negro, decidió
conquistar el reino. Las tropas del lobo ya estaban preparadas para el asalto. El
Varón Negro puso rumbo al castillo el punto débil del reino.
El príncipe, Álex, estaba entrenando con su
espada, cuando oyó la voz de un guardia:
-¡Los lobos se acercan!
Rápidamente, todos cogieron sus armas,
incluidos el rey y Álex, y se colocaron en posición de defensa, entonces el rey
habló:
-¿Qué quieres Varón Negro?
-Quiero tu reino. Estas demasiado débil,
hermano, no podrás luchar.
Comenzó la batalla, los del lobo eran menos,
pero luchaban con fiereza. Entonces ocurrió algo que no estaba escrito: el rey
luchaba con fuerza, pero en un momento dado, se desmayó. Entonces el Varón pudo
clavarle la espada fácilmente en la nuca. Álex, al ver eso, no se aguantó,
derribó a su enemigo, y fue corriendo hacia el Varón. El tonto duque no se dio
cuente y ¡crac!, le clavo la espada. Los soldados del lobo al ver eso, salieron
corriendo despavoridos.
Los soldados supervivientes fueron corriendo
a ver el cadáver del rey.
El funeral fue lo mejor posible, y enterraron
al rey al lado de su mujer. Alex, llorando, prometió proteger el reino como lo
había hecho su padre.
4 de enero, día de la coronación:
Fue espectacular, todos los del pueblo
asistieron, y la corona que le pusieron era la de su padre. En aquel momento,
ya no era el príncipe Álex, sino, ¡el rey Álex!
Fin
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