En el supermercado, todos los días está el mismo hombre. La verdad es un poco sospechoso, viste con unas gafas opacas, una gabardina beis, una camisa con una corbata, y zapatos y pantalones negros. Lo único más que sé de él, es que es de estatura media y tiene el cabello oscuro.
Siempre mira a los dos lados, y busca un pasillo vacío. Entonces, se mete en él.
Ahí se agacha como si fuese a ver el precio de algo, y ataca. Coge lo que sea, la verdad, nunca me he fijado. De este modo, se lo esconde en la tripa. Es un buen método, ya que nunca en todo este tiempo le han pillado.
Yo soy escritor, aunque siempre quise ser policía, y me he dicho a mí mismo: “¿Por qué no investigar este caso? “.
El otro día me puse manos a la obra. Llegué al supermercado a las 12:15, y el hombre, estaba allí. Se encontraba sentado en un banco, y yo me senté en otro con el fin de que se levantase, 5 minutos después, se fue al baño, y para que no sospechase, esperé un rato y cuando saliese me metería yo. Habían pasado 10 minutos y aún no había salido, pero de pronto salió a fumarse un cigarro. Yo vi el momento oportuno para pasar, pero dentro olía fatal, además de que no había nada sospechoso, y decidí aguardar fuera.
Cuando se metió del supermercado le seguí como si nada. Entonces fue cuando hizo la operación de siempre, en ese momento se me ocurrió avisar a un guardia y que cuando saliese el policía se lo dijese.
Después de esta repitió la operación 6 ó 8 veces más. No sé cómo lo hacía, pero no se le notaba ni un solo bulto en su ropa.
Cuando llegó a la línea de cajas el policía le dijo: “Eh, tú suelta todo lo que hayas cogido”.
Entonces el hombre le respondió: “ya me gustaría a mí sacarlo, lo único que tengo es un fuerte dolor de tripa”.
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